Compositores Españoles (I): Antonio José Palacios.

En esta inmensurable (debido a que no sé cuántos voy a hacer) serie de artículos mi intención es repasar nombres poco conocidos de compositores y compositoras españoles que considero que deberían tenerse en cuenta en nuestra historia musical y formar parte del imaginario colectivo. Lo de españoles, debo confesar, sólo es una forma de delimitar el objeto, si no, más que inmensurable, esta serie sería inabarcable.

Algunos no nos resultarán desconocidos, otros quizás hasta los consideremos famosos, según el conocimiento del lector; sin embargo, probablemente no escucharemos sus nombres en los centros de ocio ni en los medios de comunicación. Por ello, estos artículos están dirigidos al «gran público», esa masa quimérica e informe a la que debemos dirigirnos cuando queremos recuperar la Historia y los símbolos. En consecuencia, no me detendré en elementos estéticos, históricos o biográficos de gran profundidad. No ha lugar. En cambio, con poco texto y mucha música conoceremos quiénes eran estos personajes.

Comencemos.

**

De igual modo que las razones históricas, políticas, sociológicas o económicas elevan al olimpo de la fama a personalidades con mucho o poco talento, estas razones también, y siempre de forma injusta, pueden ocultar personas que merecen al menos cierto reconocimiento. La Guerra Civil Española, y la posterior dictadura, fue uno de esos eventos que alimentan o soterran la fama. Mientras que compositores afines al régimen y de talento cuestionable como Joaquín Rodrigo cogieron las riendas de la música clásica española del siglo XX, siendo el maestro Rodrigo laureado con el execrable título, teniendo en cuenta nuestra historia reciente, de ser el compositor español más honorable del siglo XX; algunos nombres se oscurecían y desaparecían de nuestra historia musical, enterrados en una fosa común o llevados al exilio y al ostracismo. El primer caso, el peor y más horrendo: la fosa común, fue el destino del compositor del que vamos a tratar hoy: Antonio José Martínez Palacios.

Nacido en Burgos en 1902 en una familia «normal», estándar, de clase media, con poca relación con la música, comenzó sus estudios musicales en la Iglesia de San Lorenzo con seis años. Tras años de estudio y pequeñas composiciones, el 26 de diciembre de 1920 la Filarmónica Burgalesa estrenaba su primera obra: Danza de Concierto, lo que derivó en que su fama creciera entre los círculos musicales de la ciudad castellana. Poco después llegaría una beca por parte de la diputación burgalesa, espoleada por el Conservatorio de Madrid, para que el joven Antonio José continuara sus estudios musicales en la capital.

Ya en Madrid, Antonio José se relacionó con el ambiente cultural y político que dominaba la capital a principios del siglo pasado, siendo los represetamen más claros: la Generación del 27, la Institución Libre de Enseñanza y la Revista de Occidente. En el ambiente musical e intelectual dominaba el nacionalismo, no de un modo totalmente chovinista como vendría después, sino desde una perspectiva reivindicicativa propia del romanticismo español, es decir, dando importancia a lo nacional y folclórico frente a lo extranjero y burgués. El legado nacionalista de musicólogos como Pedrell o Mitjana impregnó el ambiente musical de la época de Antonio José, quien probablemente conocería los trabajos de musicólogos coetáneos como Rogelio Villar o Adolfo Salazar (siendo probablemente equidistante entre la defensa de lo nacional/folclórico del primero y la «modernización» del segundo). Bajo este prisma de nacionalismo frente a exotismo, Antonio José reivindicaría la historia y música de la cultura castellana especialmente burgalesa a través de sus artículos y de sus obras. De este modo describía y justificaba su labor:

Es una necesaria obligación nuestra el conseguir que nuestra canción popular sea conocida en España. ¿No sienten ustedes un poquito de envidia cuando los vascos, los gallegos, los catalanes, los valencianos, los andaluces cantan su música y la elogian por encima de todas las demás? ¿Qué hacemos nosotros cuando nos niegan la existencia indiscutible de nuestros hermosos cantos? Hasta hemos dudado de nuestro espíritu lírico, y cuando nos han dicho que Castilla no canta por no tener qué, nada hemos hecho para demostrar lo contrario. Castilla nunca fue muda, como ninguna región de España lo es. Castilla tiene su música característica y propia. Las canciones populares burgalesas no deben nada a nadie, y si alguno discute a ustedes esta verdad, afirmen rotundamente que de estas cosas no entiende una palabra

A pesar de su arraigo y de que, presumiblemente, no era muy culpable de relacionarse con la corrientes más izquierdistas de principios de siglo, poco después de comenzar la Guerra Civil Española (el 9 de octubre de 1936) fue encarcelado, fusilado y «enterrado» por los golpistas en una fosa común en el monte de Estepar. A un servidor, que escribe estas líneas desde la frialdad que dan el tiempo y la distancia, le parece un ejemplo perfecto y terrorífico de lo que fue la Guerra Civil y la posterior dictadura: un hombre, Antonio José, que había amado su tierra hasta el punto de dedicarle su producción musical y literaria -su vida, vaya- asesinado por unos paletos en «beneficio» del «futuro de España».

Con 34 años de vida, nos dejó sólo un puñado de composiciones y ninguna, a mi parecer, exprimiendo todo el potencial del compositor. La más interesante, según mi opinión, es la Sinfonía Castellana (1923), una obra que a través de impresionismo, folclore y vanguardia nos transporta a las campiñas y los valles del páramo castellano. Si Antonio José hubiera vivido lo que merecía vivir, seguramente habría hecho versiones mejor arregladas de esta obra, que peca en algunos momentos de no sostenerse ni en estructura ni en orquestación. No obstante, el tercer (Nocturno) y cuarto (Danza Burgalesa) movimiento son un homenaje tan bonito y sentido a Castilla que sus imperfecciones han de ser ineludiblemente perdonadas.

Otra de las obras memorables de Antonio José es la Suite Ingenua (1928), basada en melodías populares del Cancionero Popular de Burgos de Federico Olmeda y la Colección de Cantos Burgaleses del propio compositor. La obra fue premiada en 1929 en Lérida. Mucho mejor orquestada que la Sinfonía Castellana, quizás porque es sólo para orquesta de cuerdas y piano, pero, según mi criterio, menos interesante.

Para terminar, una obra sencilla pero muy importante para entender la música del folclorista castellano: Danzas burgalesas (1922). Esta colección de danzas para piano utiliza melodías recogidas del folclore de Burgos. La más famosa, la primera, es también el último movimiento de la Sinfonía Castellana. La que viene a continuación, la Cuarta Danza Burgalesa, es un ejemplo muy bueno de las luces y de las sombras que tienen las composiciones de Antonio José.

Con ella concluimos este pequeño homenaje a este compositor «desconocido». Su mezcla entre impresionismo y folclore se aleja del exotismo español -nótese la antilogía- de compositores como Manuel de Falla o Isaac Albéniz, lo que da al compositor un valor añadido. Sólo el universo por decir algo sabe qué hubiera llegado a hacer Antonio José Palacios si le hubieran permitido continuar con su desarrollo. Como digo, no le considero un compositor maduro, desgraciadamente no llegó a ese punto; sin embargo, lo que nos legó es magnífico y hace que tengamos siempre presente todo lo que podría habernos dado. Todo aquello que perdimos.

More from Luis Felipe Camacho Blanco
Conceptos clave de la Industria Cultural (II): El producto cultural
Tal y como expuse en la anterior parte, la Industria Cultural se...
Read More
Join the Conversation

2 Comments

Leave a comment
Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *