Guadalajara: ciudad fallida y fallada.

Hace unos años tuve que recorrerme Guadalajara repartiendo folletos para un bufete de abogados, lo que me permitió echar un amplio vistazo al panorama comercial de la ciudad. Lo que me encontré fue que la mitad de los locales estaban cerrados y los demás sobrevivían a duras penas los embistes de la economía. También vi que Guadalajara es la ciudad de las peluquerías, pues hay zonas donde este tipo de comercios han proliferado enormemente, lo que me evocaba al lavadero de coches de Walter White, aunque no sé por qué (!). Dicho esto, lo que me llamó especialmente la atención fue la decadencia de una ciudad maltratada por sus gobernantes. Esto no sorprende: todos conocemos -aunque sea de oídas- los cambalaches entre el gobierno provincial y el nacional, las pequeñas corruptelas del ayuntamiento y el nepotismo exacerbado del capitalismo de amiguetes, con sus favorcillos y su do ut des (o, como dicen los ingleses erróneamente, quid pro quo). Esto, como digo, fue hace unos años, y la cosa hoy está peor que nunca, no sólo por la crisis sanitaria.

Guadalajara es una ciudad cada vez más fría y ruinosa, la cual, lejos de acogerte en sus brazos, te invita a alejarte y renunciar a ella. Por eso, cuando un foráneo nos pregunta sobre nuestro hogar, decimos “la ciudad no tiene nada, pero la provincia es muy bonita” y señalamos una serie de bellos enclaves rurales, alejando a nuestro interlocutor de las calles oscuras, grises y brutalistas de nuestra urbe. Si acaso, hacemos mención al Palacio del Infantado, que es un monumento de tercera regional, y al Panteón de la duquesa de Sevillano, que hasta hace dos días estaba abandonado en un descampado. Otros lugares de interés fueron borrados de nuestra historia y ya casi nadie se acuerda de ellos, y mucho menos los revindica. Ejemplo notable es el del antiguo Auditorio Municipal, el cual fue descuidado durante años para demolerlo y construir un solar al que llaman parque en una ciudad donde sobran los parques; un destino al que está abocado, si no espabilamos, el Auditorio del Alamín. Otros ejemplos son la Escuela Laica (¿Dónde habrá caído el dinero de la fundación Felipe Nieto?) o el Teatro Liceo, demolido en mayo de 1965 para ser ahora la sede de un banco. El Teatro Moderno hubiese tenido probablemente la misma suerte si no fuese por el compromiso de la asociación Amigos del Moderno, como ejemplo de que con voluntad hay esperanza.

Guadalajara ha sido gestionada por los gobiernos como una “ciudad dispersa” en la que los servicios y la actividad se sacan del entorno urbano y se llevan a la periferia. Ese ha sido el ideal que ha marcado las políticas de la ciudad y que incide en un error de bulto a la hora de entender lo que Guadalajara es. Digámoslo una vez más: Guadalajara no es un barrio de Madrid, ni un suburbio ni una urbanización, es una ciudad, y en una ciudad ha de haber movimiento en sus calles, iniciativas ciudadanas, ocio diurno y nocturno y mucho ruido. Un ruido al que nuestros políticos apelan para domesticar a los ciudadanos, coartar sus iniciativas y venderles la idea de que esto es el paraíso de la tranquilidad. Pero el ruido, hasta cierto punto, es positivo: indica movimiento, actividad y consumo. Indica que el ciudadano ejerce su derecho a la ciudad, ese derecho casi perdido del que hablaba Lefevbre y que es el motor para que una ciudad funcione. El ruido ahoga a los comercios del centro, especialmente a los bares, los cuales tienen que hacer sus actividades en un silencio marcial si no quieren verse en problemas. Una excepción notable es el Mercado de Abastos, el cual puede hacer sonar miles de watios de potencia en el centro de la ciudad sin ningún problema, lo que es un buen ejemplo del nepotismo de la ciudad. Pero sin ruido, no hay vida; y si dispersamos a los ciudadanos, no hay consumo, ni cultura ni trabajo.

En una ciudad dispersa, el trabajo también se lleva a la periferia. En el caso de Guadalajara, la mayoría de jóvenes se ven empujados a irse directamente a otra ciudad o, si deciden quedarse aquí, ser agredidos por las mafias de las Empresas de Trabajo Temporal (ETT) y las empresas de logística (con honrosas y contadas excepciones), mientras los alcaldes de turno se enorgullecen de traer más y más trabajo precario a la periferia. Entretanto, al no haber verdadero tránsito en las calles, pues éste se deslocaliza a las carreteras, los comercios no pueden captar los clientes necesarios para invertir y se conforman con sobrevivir, si acaso pueden. El Centro Comercial, que este año ha sido víctima de sí mismo, fue un duro golpe para el comercio de la ciudad, pues deslocalizaba aun más el consumo y, en parte, la cultura, al llevarse el cine a su local y las ferias a su aparcamiento.

A riesgo de desviarme, es necesario decir que la cultura en Guadalajara existe a pesar de los políticos. Como gestor y creador cultural no pocas veces he visto cómo un político utilizaba el espacio de representación de los creadores de cultura -escenarios, exposiciones, etc.- para dar un meeting o ponerse galardones, incluso habiendo puesto trabas a la creación del propio espacio de representación. En Guadalajara crear un espacio de representación es, por lo general, rogar al político de turno que te dé su santa bendición para realizarlo, y tener suerte de que no coincida con otro evento cultural de algún amigo suyo, al cual podrías contraprogramar. Hay a quien esto, por una especie de síndrome de Estocolmo, le gusta, y se enorgullece de que el político le dé un toque de caché o autoridad a su evento. A mí me parece hortera, y sería apropiado que el ayuntamiento diese autonomía, libertad, visibilidad y oportunidad a los artistas y gestores, sin la condición de meter sus zarpas en ello. Eso sería lo elegante, y creo que la nueva concejala de cultura es consciente de ello, aunque aún está por ver.

Como decía Joseba Zulaika en su famoso artículo “La ruina de las teorías y la teoría de las ruinas: sobre la conversión” de 2006: “No hay un antídoto mejor para las ambiciosas falacias construidas por el mito, los sueños, los deseos y la fantasmagoría urbana que contemplar sus ruinosos resultados.” Si él contrastaba la modernidad del Guggenheim de Bilbao con las ruinas de las minas y las fundiciones de hierro, nosotros debemos contrastar nuestros locales cerrados y ruinosos con los enormes hangares de la periferia, en los que incluyo el Centro Comercial. Me pregunto si llegará el día en que nuestros gobernantes y nosotros mismos -que, a veces, vamos en piloto automático- nos demos cuenta de los problemas estructurales que tiene nuestra ciudad. Los síntomas están ahí, a la vista de todos, en la ruina, el abandono y el silencio, como en una película de Tarkovky que parece no avanzar.

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2 Comments

  1. says: Isabel

    Hola Luis Felipe no tengo cultura gestora así que eso no te lo voy a rebatir. Guadalajara ha sido gobernada por el PP la casi totalidad de años, ahora y exceptuando a Irizar y Alique ( por cierto buen Presidente de la Diputación) tenemos PSOE. TE VEO descontento con las dos formaciones( o lo parece) y echas de menos el ruido, sin embargo somos muchos los que disfrutamos de la tranquilidad, el apacible silencio y oír la lluvia y el viento en los árboles que pocas ciudades lo pueden disfrutar. La oferta cultural hasta el COVID no ha sido mala, tenemos la Biblioteca más viva de España, creadora de los clubs de lectura,(hay miles),la Asociación de amigos de la Biblioteca funciona, y bien, la fundación Ibercaja ofrece un amplio programa cultural y hay decenas de Asociaciones que también funcionan. Quite. Tanto negativismo y ponga su granito de arena.

  2. says: Isaak

    Enhorabuena por el artículo. Conozco a dos Zulaicas que son traductores y vecinos (Jaime y Jesús), me pregunto si Joseba era también familia. Un saludo!

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