Según Wikipedia, el término Nature Writing se refiere a:
“La escritura sobre la naturaleza es una prosa o poesía de no ficción o ficción sobre el medio ambiente natural. La escritura sobre la naturaleza abarca una amplia variedad de obras, que van desde aquellas que ponen un énfasis principal en los hechos de la historia natural (como las guías de campo) hasta aquellas en las que predomina la interpretación filosófica. Incluye ensayos de historia natural, poesía, ensayos de soledad o escape, así como escritura de viajes y aventuras.
La escritura sobre la naturaleza a menudo se basa en gran medida en información científica y hechos sobre el mundo natural; al mismo tiempo, se escribe con frecuencia en primera persona e incorpora observaciones personales y reflexiones filosóficas sobre la naturaleza.”
Sin que haya podido encontrar algún término similar en castellano, más allá de esa alusión más o menos vaga a escribir sobre la naturaleza, desde la naturaleza y, añadiría yo, para la naturaleza, definitivamente el libro de Beatriz Montañez, Niadela, se ajusta perfectamente a este género. Tal vez, el primer y más ilustre autor moderno de Nature Writing haya sido Henry David Thoreau con Walden en pleno siglo XIX. Un canto a la sencillez de vivir en contacto con la naturaleza en soledad, en un intento por conocerse a uno mismo, ese nosce te ipsum que rezaba en la entrada del templo de Apolo y que, no por manido, deja de ser menos cierto.
Me gustaría reseñar la editorial que acoge Niadela y que contiene en su catálogo deliciosas obras de este, espero que aceptado ya el término, género de Nature Writing, en el que se puede encontrar Walden y Todo lo bueno es libre y salvaje de Thoreau, el inquietante y maravillosamente actual Un año en los bosques de Sue Hubble, y En el corazón del bosque de Jean Hegland, por citar solo algunos de los que yo he podido disfrutar. No puedo dejar de mencionar dos títulos de David G. Haskell: En un metro de bosque y las canciones de los árboles, una auténtica epifanía contemplativa. Y para terminar con este impreciso y completamente subjetivo muestrario: La sonata del bosque, de Joaquín Araujo, un canto poético a la naturaleza y un maravilloso intento de destilar con los cinco sentidos lo que un bosque evoca.
Beatriz Montáñez ha tenido cierto impacto mediático al conocerse la publicación de su libro y contar que lleva cinco años viviendo en una pequeña casita en medio de la naturaleza aislada, escribiendo, leyendo y en contacto con el medio, siendo vegana y viviendo con lo mínimo. Es curioso cómo la sociedad urbana se ve atraída hacia estos relatos, los de alguien que ha triunfado en los estándares actuales: redactora del Intermedio, presentadora, actriz, etcéctera, a la vista de todos tiene lo que desea: dinero, fama, reconocimiento… Pero parece que a ella nada de eso conseguía funcionarle y tuvo que refugiarse en la naturaleza. Yo añadiría que ese sueño utópico (distópico, en verdad) de triunfar en esta sociedad es alienante, deshumanizador y profundamente neurótico y, aun así, sigue funcionando como ideal incuestionable, como acicate: ganar más dinero, ser más famoso, tener más reconocimiento. Tal vez alguien se haya dado cuenta de que el materialismo alentado y exacerbado no es sinónimo de felicidad, y tal vez la simplicidad sí nos acerca a la dicha más auténtica.
Niadela es un diario en el se que va reflejando su fusión con la naturaleza, sus confesiones y reflexiones sobre la soledad, la vida o las relaciones humanas. Quizás, Niadela es mucho más, probablemente es un estado mental: en las primeras páginas comienzan mirándose la una a la otra, la casa a la mujer y se reconocen las dos como construcciones abandonadas. Alejada de cuentos de hadas, idealizaciones y utopías, Niadela desnuda a la mujer que acoge, con todas sus miserias y miedos, viviendo con lo mínimo posible y aprendiendo a convivir con toda la inmensidad salvaje que la rodea, la acoge y, a veces, la pone a prueba con invasiones de arañas lobo, zorros, carboneros, cazadores o jabalís.
Las páginas están llenas de una poesía que es un canto a la naturaleza y a la belleza. Son paisajes visuales, sonoros y, sobre todo, estéticos y emocionales que nos invitan a apreciar el más mínimo detalle de cada hoja caída, de cada huella en el lecho del río o de cada aleteo de los carboneros. Solo desde esa conexión sagrada con una misma pueden aflorar cosas como esta:
“La soledad es más siniestra cuando no estás sola”
No me resisto a compartir una cita de Rilke que Beatriz apunta en alguna de sus reflexiones sobre la vida en pareja y que me parece de una profundidad insondable:
“El amor consiste en que dos soledades se defiendan mutuamente, se delimiten y se rindan homenaje”
Solo deseo que Niadela se extienda en el tiempo, más allá de ese primer año en aislamiento, para poder seguir disfrutando de la prosa y poesía maravillosa de Beatriz Montañez, en un libro que ya guardo con mucho cariño en mis preferencias personales y que no puedo dejar de recomendar.