Primera jornada de Ferial21: pioneros en Guadalajara.

Sábado por la mañana y un sol de justicia cae sobre el patio de butacas del Ferial21. Llego sin saber qué me voy a encontrar, pues la explanada del ferial destaca por su versatilidad. En esta ocasión, sobre ella se encuentra un escenario mediano al que miran un montón de sillas blancas dispuestas de dos en dos y separadas por la ineludible distancia seguridad. En los laterales, un par de barras, un food truck y unos baños que parecen limpios y saneados, lo que contrasta con aquellos baños de “batalla” que encontrábamos en los festivales y conciertos de la época prepandemia. La simplicidad y el minimalismo de la escenografía de Ferial21 nos indica con sutileza que el sector de la música no está pasando por su mejor momento y, al mismo tiempo, pone de manifiesto la fortaleza de un arte y una industria que sobreviviría arrebatándole, incluso, más reclamos accesorios. Porque, aunque todos echamos de menos los roces, los bailes, los gritos y los saltos de los conciertos -que ya volverán-, la música en sí misma nos hace paliar cualquier horror y cualquier espanto, y ahí reside el valor de Ferial21, en la música y en ser pioneros, al menos en nuestra ciudad y en este formato, de su nueva forma de consumo: segura, pero natural.

Sobre el escenario veo tres guitarras acústicas, lo que sugiere que Reincidentes tocarán en acústico. Al principio, y esto lo comparto con los chavales que están sentados a mi lado, eso es una bajona: “¿Reincidentes en acústico? Puff, a ver qué sale de esto”. Aunque esté sentado y no pueda hacer “pogo”, mi impresión es que echaré en falta la contundencia característica del grupo. Sin embargo, este pensamiento se disipa cuando comienzan a tocar. El formato acústico, incluso éste de grandes dimensiones, tiene la capacidad de acercar a los músicos al público y romper la barrera física y mental que se crea entre el escenario y la platea. Algo así ocurrió. Reincidentes me parecieron unos tíos cojonudos y sus canciones sonaron con un nuevo aire. Un aire más cercano, obviamente, pero también más reivindicativo. “La Republicana”, “¡Ay! Dolores” o “Hijos de la Calle”, por citar algunas canciones, interpretadas en acústico se convirtieron en auténticos himnos sociales, algo que se acrecentaba con el coro del público, que, por formato, sobresalía aun más. El momento culminante fue “Jartos d’Aguantar”, que cerró el concierto y alentó al público con la frase clave de este momento: “que estamos hartos de aguantar”. De esa interpretación, me quedo, además, con la idea subyacente: la vieja normalidad no estaba exenta de problemas que aún siguen ahí esperando soluciones.

El sábado por la tarde nos dejó un bello atardecer. Desde la explanada del ferial, con la primavera en su apogeo, los campos de cultivo y el horizonte no dejaban indiferente a nadie; ni siquiera a Carlos Tarque, de M-Clan, que comentó en varias ocasiones las bonitas vistas que tenía desde el escenario. M-Clan en acústico es una pasada. La guitarra de Ricardo Ruipérez sonaba como si estuviese tocando a mi lado sin que mediasen entre nosotros los transistores de los micrófonos y de los altavoces. Asimismo, Carlos Tarque demostró con contundencia por qué se considera la mejor voz del rock español. Como no he seguido de cerca la carrera de ambos músicos, me sorprendió que Tarque tocase tan bien el cajón -que es un instrumento peruano que se popularizó al ser apropiado por el flamenco, por cierto- y que Ruipérez se defendiese como cantante. El acústico tiene eso de atractivo: ves a los músicos en situaciones distintas a la habitual. Por sacar jugo a la experiencia, y así contárosla con rigurosidad, hice uso activo de las barras de bar, y debo decir que, aunque yo no lo sabía, echaba de menos el tomarme una cerveza escuchando música en directo. Terminó de esa manera el sábado noche, disfrutando de un gran concierto, rememorando aquellos tiempos en que M-Clan lo petaba (¿ya no lo hace tanto, verdad?) y la sensación de que estábamos acercándonos al final de una pequeña pesadilla.

En el ínterin entre sábado y domingo, pensé en los huevazos y ovarios que había tenido la organización para montar todo este tinglado. Al gran riesgo económico que suponen de por sí este tipo de eventos, se suma la crisis sanitaria y, sobre todo, las suspicacias de quien puede aprovecharse de una mascarilla bajada o un pequeño desliz en las medidas de seguridad. Hay que decir que las medidas de seguridad del evento eran notorias. Como ejemplo: si alguien, por la euforia de la música, se levantaba de su asiento, allí estaban las acomodadoras para, inmediatamente, llamar la atención del susodicho. Desde mi perspectiva, que llevo yendo a todo tipo de eventos culturales desde la primera desescalada, habiendo tenido en el proceso cero contacto con el coronavirus, se me hace paranoico el afán de muchos por ver en la cultura, y más al aire libre, un factor determinante de riesgo. Más riesgoso ha sido para mí -por experiencia personal, claro- ir a la oficina o subirme en el tren que asistir al teatro o al cine. Esa mirada suspicaz y con lupa a la cultura, que en Dáteme Cultura sufrimos al realizar nuestro aniversario de Dáteme Poema, deriva en que se desaliente al público y los gestores a ir o montar cualquier tipo de evento, algo que podría crear un infinito vicioso: a menos público, menos eventos, a menos eventos, menos público y así ad infinitum. Por ello, que la Sala Óxido, junto al apoyo de Sideral Music, se atrevan a montar esto y que, además, se esmeren en que todo sea seguro, agradable y natural es algo que resulta encomiable y digno de elogio. Abre la puerta a la realización de eventos más orgánicos, menos encorsetados por las medidas sanitarias y, al mismo tiempo, igual de seguros.

El domingo por la mañana, mientras otros superaban la resaca de los festejos de abreacción irresponsable y autodestructiva del fin del estado de alarma, un servidor se engalanaba para la siguiente cita del Ferial21, aunque esto no es más que una exageración porque fui tan mal vestido como siempre. Miré, por si la alerta amarilla había obligado a suspender la cita, el Instagram y la página web del festival, pero aquello seguía adelante. Por tanto, cogí un paraguas y me dirigí a ver a Los Gandules. Confieso que no había oído hablar de este dúo cómico en mi vida y, sinceramente, me alegro de no haberlo hecho, pues lo sorprendente de su propuesta y su divertido, ágil e ingenioso sentido del humor fue todo un descubrimiento. Al comienzo del concierto, en el patio de butacas, con la gente parapetada bajo sus paraguas, la lluvia cayendo tímidamente y el humor irónico de Los Gandules, pensé que, más que en Guadalajara, estaba asistiendo a un concierto en el Hyde Park de Londres. No obstante, las versiones humorísticas del cancionero popular que nos trajeron Los Gandules me trajo de nuevo a casa, así como las bromas ingeniosas y nada condescendientes con nuestra ciudad y el propio evento, típicas de los espectáculos de stand up. Aunque yo no conocía al grupo, me sorprendió la cantidad de gente que coreaba las letras y, sobre todo, la pasión con la que lo hacían.

La madre Naturaleza también debió excitarse porque el viento no dio tregua en la segunda parte del concierto, aunque el staff técnico adecuó el escenario, los toldos y todas esas cosas con diligencia y minimizó el riesgo de cualquier accidente. Sin embargo, pintaba feo para que se pudiese realizar el concierto de Antílopez y, efectivamente, fue suspendido a primera hora de la tarde. El tiempo es lo que tiene: la lluvia, que ya hizo suspender el primer fin de semana del festival, no sólo estropea los equipos, también supone un riesgo de electrocución importante; y el viento, y más con lo fuerte que era y la dirección que llevaba (Sur-Suroeste), supone que vuelen cosas, el escenario se derrumbe o desastres de ese tipo. Así que, aunque sea una faena, la suspensión del concierto me parece una decisión responsable y que se ajusta a una de las máximas que se aprecian en la organización: la seguridad sanitaria del evento.

Aunque el final del fin de semana se viese afeado por el temporal, el comienzo del Ferial21 me dejó un buen sabor de boca. Su formato minimalista -ojo, minimalista según los cánones de festivales hipertrofiados, rococós y de consumo que teníamos antes de la pandemia- y su propuesta de conciertos acústicos son una oportunidad para pasar la mañana o la tarde escuchando buena música de forma segura, tomando una cervecita y comiendo un perrito caliente -esto lo dejé para el siguiente fin de semana, por no quemar todas las balas-. Con el tiempo a su favor, como ocurrió en la jornada del sábado y, ojalá, los siguientes fines de semanas, es un lugar perfecto para recuperar la Vitamina D tomando el Sol, la alegría con los amigos y la familia y, además, ir cogiendo rodaje para los conciertos masivos que están a la vuelta de la esquina. De momento, el próximo finde tenemos otra sesión de Ferial21 con los conciertos de El Kanka, Ángel Stanich, Marwan y el Rock en Familia con música de AC/DC y Metallica -podéis ver los conciertos venideros en su página web o en nuestra agenda cultural-. Allí nos veremos.

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