La Zanja de Titzina Teatro: el legado cultural frente al progreso globalista.

El pasado ventidós de noviembre se interpretó sobre las tablas del escenario del Teatro Buero Vallejo la obra La Zanja, escrita, dirigida e interpretada por los actores Diego Lorca y Pako Merino, de Titzina Teatro. Una obra de gran ambición y pequeño formato sobre un técnico de una multinacional que se dirige a Perú para convencer a un pueblo de las oportunidades de desarrollo que les daría la construcción de una mina de oro en sus alrededores. Bajo esta premisa, la dramaturgia se construye a partir del símil entre el corporativismo globalista de nuestro tiempo y las expediciones españolas en busca de riquezas que se dieron durante el descubrimiento de América, en concreto sobre la que realizó Francisco Pizarro en el imperio Inca.

Una obra ambiciosa por los numerosos personajes que encontramos en ella: desde los hombres del campo, que ven las vicisitudes del pueblo desde la distancia, hasta las ancianas de la aldea respirando los vapores del mercurio para enfermar y cobrar dinero de la multinacional, un momento de la obra que me resultó muy conseguido. Los protagonistas: Miquel, el técnico, y Alfredo, el alcalde del pueblo, nos proporcionaban momentos de sosiego entre tantas tramas paralelas aunque convergentes, con una construcción arquetípica a la que se dotaba de cierto trasfondo. También como personajes teníamos a las sombras de los protagonistas: el propio Pizarro, que aparecía a través de crónicas narradas en voz en off y Atahualpa, como representante del legado sobre el que se construye el pueblo peruano. Con tanto personaje, Diego Lorca y Pako Merino hicieron gala de un gran trabajo actoral, cambiando de registro a veces de forma súbita, lo que ocasionaba en algunas ocasiones que no entraran en el personaje desde el principio, algo que, personalmente, sentí como espontáneo y natural. A pesar de que me hiciera salir de la ficción, la intromisión de numerosos personajes no se hacía en ningún momento forzada y ayudaba a redondear la historia y ampliar el contexto. Lo que sí me resultó extraño fue el uso de la voz, debido a que no parecía haber un criterio claro en torno al acento, pues algunos personajes lo tenían y otros no, aunque es comprensible la complicación que supone impostar la voz al estar la obra emplazada en Perú y poder generar suspicacias postcoloniales o de apropiación cultural.

La escenografía, a pesar de su simpleza o gracias a ella, fue bella y sugerente. Las composiciones de los cuadros se construían de forma sencilla con unas sillas y unas alfombras, junto a los propios personajes. El uso de la luz no destacó especialmente, aunque al final de la obra el uso de las sombras ganó cierto protagonismo, creando efectos que personalmente me sorprendieron por la capacidad de trasmitir a pesar de su minimalismo. El diseño sonoro, que muchas veces era todo lo que se necesitaba para cambiar de cuadro, me resultó muy irregular. A veces, obvio y otras, experimental, generando cierto desasosiego estilístico y discursivo.

Entrando en el libreto, de nuevo nos encontramos con la ambivalencia. Son numerosos los temas que trata la obra: el significado del oro, el legado cultural, el colonialismo español, la cooptación política y, principalmente, la globalización. El significado del oro, la cooptación política y el colonialismo español se tratan basándose en lugares comunes, especialmente en el caso del colonialismo, donde el discurso sólo puede calificarse como infantil. Infantil porque se propone una visión destructora del imperio español, un equívoco que parte de las épocas coloniales de imperios depredadores como el belga o el británico y que realmente es difícilmente aplicable (con la Historia en la mano) al imperio español, el cual fue un imperio generador que defendió los derechos de los indígenas y dotó de infraestructuras a sus provincias y virreinatos de ultramar. Por otro lado, es un discurso presentista, en tanto que se habla de cómo los europeos llevaron enfermedades a las tribus causando un genocidio. Si bien, en parte, esto es cierto, también es cierto que la medicina y epidemiología en aquella época aún no conocía qué es eso de la “inmunidad de grupo”. Cuando la medicina se desarrolló, el imperio español hizo grandes gestas para cuidar la salud de sus territorios de ultramar, como es el caso de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, por lo que esa acusación genocida, que en la obra aparece con cierta profusión, es bastante matizable. 

La globalización y el legado cultural, los temas principales de la obra, se tratan de un modo más profundo e interesante. Se expone muy bien la lucha de la comunidad por mantenerse fiel a sus costumbres frente a la promesa de progreso y riquezas que les propone la corporación española. Alfredo, el alcalde del pueblo, representa muy bien el impacto de las narrativas globalistas en las pequeñas comunidades rurales, hasta el punto de, no pudiendo hacer frente al progreso, caer en la locura de pensar que él mismo es Atahualpa. Esa afección disociativa también le ocurre a Miquel, el técnico de la corporación, quien, viendo que el progreso también le ha hecho separarse de su legado y que además sólo ha servido para sumir a un pueblo feliz en la enfermedad y la codicia, se comienza a ver a sí mismo como una versión sádica del conquistador español Francisco Pizarro. Estamos, pues, ante un discurso postmoderno en el que la idea de progreso se mira con sospecha, donde se nos invocan reminiscencias del “Buen Salvaje” de Rousseau y en el que, en definitiva, se expone la debilidad que el Ser Humano padece frente a la corrupción de sus propios principios éticos, políticos y vitales. En conclusión, la clásica fábula del pescador con un final más trágico y humano.

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