La Pastora Marcela. Un discurso por la libertad y la belleza en el Quijote.

El personaje de la pastora Marcela en Don Quijote de la Mancha es un rara avis en la literatura de la época. En su caracterización se mezclan elementos normalmente contrarios a lo natural en el gusto de principios del siglo XVII: lo pastoril con la razón o la mujer con la libertad. El discurso de la pastora Marcela, hecho a raíz de la muerte del pastor Grisóstomo, ha sido objeto de debate en torno a cuál es la verdadera intención del novelista complutense, tema que trataremos más adelante. La intención de este artículo es analizar los tipos de argumentos empleados por Marcela y sus figuras retóricas, y proponer nuevas formas de entender el discurso de la pastora y del propio Cervantes.

Del capítulo XII al XIV de Don Quijote de la Mancha se nos cuenta la trágica historia pastoril de Grisostomo y Marcela. Pedro, un cabrero, es el encargado de introducir al Quijote y a Sancho, y a nosotros, la desgraciada historia del pastor estudiante Grisóstomo, el cual, además de ser pastor, habría estudiado «astrología» en la Universidad de Salamanca y ayudaba a los pastores de la zona a planificar la cosecha. Cervantes nos introduce un Grisóstomo con buenas intenciones y que ha sido engañado por la pastora. Posteriormente nos cuenta la historia de Marcela, haciendo hincapié en su actitud altiva, insinuando que lleva la desgracia por donde pasa y dejando entrever, en defnitiva, un halo de maldad. Además nos expone cómo muchos hombres han intentado seducirla siempre con resultados infructuosos. Este tipo de exposición se va a repetir durante toda la introducción a la historia. Con ello, Cervantes introduce al lector la idea de que Grisóstomo era una persona buena pero engañada y Marcela una mujer egoísta conocedora de su belleza, de la cual se aprovechaba. No obstante, antes de la llegada de Marcela al funeral de Grisóstomo, lugar en el que orará su famoso discurso, ya se nos prepara, a través de la ambigüedad, sobre la bondad -o «inmaldad», mejor dicho- de la pastora a través de los personajes de Vivaldo y Ambrosio. También lo hace, aunque esta vez como material de crítica para el lector, con la canción de Grisóstomo, con la cual, por primera vez, escuchamos de la mano de uno de los protagonistas los hechos y sentimientos de la historia.

En este contexto se produce el famoso discurso de la pastora, el cual no reproduciré aquí en su totalidad por su excesiva extensión. Es un discurso compuesto en tres partes: la primera sobre la belleza, la segunda sobre la libertad y la tercera, una recapitulación. El discurso tiene un prólogo que se interpreta cuando Marcela aparece en el funeral de Grisóstomo y Ambrosio le pregunta sobre los motivos que tiene para estar en el mismo. La pastora dice que su único objetivo es defenderse del juicio de los pastores, contar su versión y persuadir a los presentes de su inocencia. El discurso como tal, no obstante, comienza así:

Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros.

Con esta poderosa introducción se nos presentan los elememtos principales del discurso: la hermosura y la libertad -en contraposición a la obligación-. Por otro lado ya se entrevé el tono literario del discurso, a través de un estilo culto en sintaxis y con la utilización de figuras elocutivas como la prosopopeya. Inmediatamente comienza el cuerpo argumentativo a través del concepto de la hermosura. De esta forma, Marcela propone dos axiomas basados en una dicotomía con los que fundamentar su primera argumentación: lo hermoso es amable – lo feo es aborrecido; es, en cierta forma, una argumentación estética. Lo hermoso, aún por hermoso, no debe de estar obligado a amar, porque además puede ser que quien desea lo hermoso sea feo. En base a este razonamiento, Marcela propone una reducción a lo absurdo: si lo hermoso tuviera que corresponder a todos los deseos, se daría la contradicción de un continuo de deseos caóticos y desengaños. En sus palabras: «siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos». Insiste entonces con el empleo del amor: que ni se divide, ni es forzoso.

Continúa su argumentación con la dicotomía:

Si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades?

Con este erotema Marcela identifica a los pastores con sí misma haciendo que empaticen con sus propios sentimientos a través de una situación totalmente contraria a los hechos. Aquí introduce Cervantes otro elemento relevante: la justicia. Marcela hará hincapié en lo injusta que es la acusación por parte de los pastores en torno a su responsabilidad con Grisóstomo. En base a este nuevo elemento Marcela compara su belleza con el veneno de una víbora, la cual no es juzgada por ser venenosa debido a que el animal no puede elegir sus dones ni maldiciones ya que éstas le son dadas por la naturaleza. A continuación introduce uno de los recursos del discurso más hermosos, en cuanto al ornatus, y con más poder de persuasión, a nivel argumentativo, con la siguiente frase:

…la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca.

Por una parte se identifica a sí misma como una mujer honesta. Por otra, a través de dos comparaciones, se identifica como un objeto al que hay que respetar por su poder y capacidad de herir: el fuego y la espada. El argumento que esconde este enunciado es que ella no hiere como elemento activo, sino que son los demás los que se hieren a sí mismos con ella como elemento pasivo. Por otro lado, se puede ver el ingenio cervantino al utilizar tres elementos potencialmente peligrosos (el veneno, el fuego y la espada) de forma antitética en la defensa de Marcela. De nuevo, como señalaba anteriormente, se juega con la ambigüedad de la naturaleza inmaliciosa de la pastora.

Por último, en el argumentario basado en la hermosura, se introduce la «belleza interior» -del alma- como recurso retórico. Marcela alega que la honra y las virtudes son las que hacen al alma hermosa y que si ésta no lo es entonces el cuerpo tampoco ha de parecerlo. De este modo, su argumento, basado en la anterior deducción, es que si no es honesta con sus propios sentimientos y se ve forzada a corresponder a quien no ama, entonces perdería la belleza que le es propia y por la que se le culpa. Este argumento es interesante porque crea una antilogía en los juicios de los pastores. Marcela pone énfasis durante esta primera parte en que los pastores la culpan por su belleza. En base a esto, crea la paradoja de que si correspondiese a los deseos de Grisóstomo ya no sería bella y de que su belleza depende de mantenerse honesta a los demás y a sí misma, poniendo, de este modo, su amor con Grisóstomo como una antilogía insalvable.

La segunda parte trata el tema de la libertad. Para Cervantes tratar este asunto no debió ser baladí debido a que él fue sometido a cautiverio en Argel y luego en Sevilla, donde se piensa que se pudo gestar el Quijote, como comenta López Gómez1. No es extraño que, como veremos, tras la proclama de libertad de la pastora Marcerla, el Quijote proteja su huida cuando el discurso llega a término.

La pastora comienza esta segunda parte con una clara declaración de intenciones: «Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos». Cervantes anticipa en el discurso de Marcela una de las leyes naturales que vendrían posteriormente: la libertad inherente del individuo. La pastora enfatiza su posición con dos imaginativas metáforas: los árboles son su compañía y los arroyos sus espejos. Y recuerda posteriormente: «Fuego soy apartado y espada puesta lejos»; una recapitulación con la que continúa alegando que ella nunca ha engañado con palabras -vuelve la honestidad- y que quien se ha hecho daño ha sido por sí mismo -y la pasividad-.

Utiliza la localización de la sepultura del difunto para dar énfasis a sus siguientes palabras, en las cuales se expone que ella en todo momento advirtió a Grisóstomo que su deseo era el vivir en soledad en el campo. Recordemos que, desde su primera declaración, la soledad para Marcela representa la libertad y con esa pseudometáfora va a seguir formando su argumentación.

Ahora culpa abiertamente al difunto con una bella metáfora marítima:

…quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino?

En este punto, Marcela no sólo intenta persuadir sino que también se defiende de las acusaciones del propio Grisóstomo. La forma en la que lo que hace denota la ficcionalidad del propio personaje ya que es un texto argumentantivo con la suficiente complejidad como para dudar que una pastora en pleno discurso pudiese ejercer esa capacidad oratoria, lo cual supone, realmente, un pasaje con una gran carga emocional pero también de un componente muy risible. Marcela comenta:

[Exposición]Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no [reexposición] prometo, engaño, llamo ni admito.

Estructuralmente, y con cierto ornato debido a la musicalidad cervantina, resulta un pasaje muy bien tejido. Enumera una serie de supuestos que son después negados tajantemente con una estructura más directa. Lo que hace Marcela es anticipar lo que vendrá en la siguiente parte: proponer un precedente para los demás pasotres; y retomar un elemento que ya había expuesto: ella no hace daño a nadie pues no actúa en ese aspecto como sujeto activo.

La última parte del discurso es una defensa de los juicios de los pastores y una reexposición de su argumentario. De nuevo, la primera frase tiene un gran peso argumentativo: «El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado». Ella no descarta enamorarse algún día pero pensar en buscarlo no le parece correcto, no está en sus intenciones. Muestra, de este modo, que no es que sea una egoísta que prefiere estar sola sino que aún no ha llegado quien la complazca.

De nuevo, como anticipábamos anteriormente, la pastora trata no sólo de excusarse del juicio sino también de persuadir para crear un precedente por si se vuelven a dar casos similares. Nótese el poderoso aforismo con el que termina, una de esas sentencias cervantinas que siempre prevalecen:

Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos

La pastora utiliza, de nuevo, una fórmula parecida a la que hacía al final de la segunda parte con una exposición y una reexposición de distintos supuestos. Lo curioso en esta ocasión es que repasa todos los adjetivos que los pastores han utilizado para calificarla in absentia por lo que Cervantes dota al personaje de una omnisciencia para enfatizar sus palabras. Otra vez se pone de manifiesto la ficcionalidad del personaje, a la que se le otorga capacidades muy superiores a las tradicionales tal vez con el fin de que sus palabras persuadan más al lector. La forma de construcción es muy directa y clara al utilizar paralelismos estructurales y elipsis.

[exposición] El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; [reexposición] que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera.

A partir de este punto se hace una recapitulación de todo lo expuesto anteriormente: la honestidad, la soledad, la libertad (económica y de condición), la pasividad, la justicia y el amor no buscado («no amo ni aborrezco a nadie»).

Cuando vamos llegando al final se manifiesta una tendencia cada vez más acusada hacia la valorización de la naturaleza dentro del discurso de Marcela. En el final, la naturaleza es un elemento con una gran importancia, así como la vida del campo. «La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene» dice Marcela haciendo ver que, para ella, todo ello es suficiente. El discurso se remata en torno a esta idea de la naturaleza como globalizadora de todos los conceptos que se han ido exponiendo, siendo la última frase una bella metáfora sobre la vida y la muerte:

Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.

Todo este ejercicio retórico es capaz de persuadir al famoso hidalgo, el cual, al término del discurso, protegió a la pastora de que nadie la persiguiera. El discurso tiene un razonamiento inductivo en el que se van aportando diferentes argumentos hasta una conclusión final y una recapitulación de cada punto. Es un discurso que apela principalmente a la razón y a la lógica, lo cual tiene la capacidad de impresionar al lector al haber escuchado los argumentos patéticos y éticos de los demás pastores. Se forma, de ese modo, un gran contraste entre las especulaciones, sentimientos y deducciones de los pastores, y las razones, hechos y la inducción de la pastora Marcela.

La historia de Grisóstomo y la pastora Marcela ha sido analizada desde distintos puntos de vista. En la historia reciente, uno de los elementos que más interés suscitan en la obra cervantina, especialmente con esta historia, es el papel de la mujer. Obviamente, y con cierto presentismo, se ha relacionado el discurso de Marcela con el feminismo, relacionándolo con la liberación de la mujer. Ver a Cervantes como un feminista de la época, según mi opinión, cae un poco en el absurdo ya que, al fin y al cabo, él era un hombre de su tiempo, de su Zeitgeist. Entender el discurso de Marcela desde un ideologema contemporáneo puede resultar en una falsa conceptualización del mismo. No obstante, este tipo de aplicaciones presentistas o anacrónicas, de las cuales me considero defensor, son útiles a la hora de «reescribir» nuevos significados a obras de otros tiempos; siempre que tengamos en cuenta la «invención» que hacemos al llevarlas a cabo.

Desde esta visión feminista aún existen ciertas imprecisiones que nos recuerdan el tiempo en el que la obra fue escrita. Marcela es una joven pastora con gran determinación pero que aún se ve a sí misma como un sujeto pasivo. Es un fuego alejado. Como espada no corta, sino que, con ella, otra persona se puede cortar a sí misma. Esta pasividad nos muestra que la soledad de Marcela tiene, de cierta forma, un halo pesimista; por su peligrosa belleza ha de desterrarse a sí misma de la amistad o el trato masculino y disfrutar simplemente de las conversaciones de las mujeres de la aldea o, si no, de la naturaleza. Esta soledad autoinducida de la mujer, esta especie de autoduelo eterno, se verá posteriormente en otros personajes femeninos de la literatura hispana, siendo uno de los más importantes el personaje de Amaranta en Cien Años de Soledad de García Márquez. Ambos personajes comparten un elemento: se ven a sí mismas como espadas puestas lejos.

Por otra parte, la pastora Marcela, en su huída, aún tiene que ser socorrida por el Quijote, por lo que, a pesar de todo, aún se encuentra, como es lógico, el recurso del caballero socorriendo a la dama propio de los libros de caballerías.

La visión pastoril de Cervantes en esta historia no es una visión arcádica. La pastora Marcela es más el arquetipo diánico de la luna que la pastora feliz y siempre satisfecha de la Arcadia. Marcela: independiente, autoconclusiva, sin la necesidad de un hombre, en la soledad de los campos; es totalmente el arquetipo de Diana-Artemisa, la diosa de la luna y enemiga de cupido. Se caracteriza este arquetipo por la mujer innacesible y fría, centrada en sus propias metas, cerrada al amor y carente de misericordia inmerecida. Como vemos, este arquetipo se relaciona perfectamente con el papel de Marcela. Entender a Marcela ya no como Diana sino directamente como la Luna es una opción que no se ha considerado y que tendría también sentido. Recordemos que por tradición la Luna se ha relacionado con los trastornos psiquiátricos/psicológicos (en concreto con trastornos disociativos como la histeria) y especialmente con el suicidio. El arquetipo de Diana, junto con algunas de las frases del discurso de Marcela, podrían identificar directamente a la pastora con la locura lunática, y seguramente esto sea una quijotada cervantina más de las que encontramos por todo el libro. Si se me permite la literariedad, cuando Marcela alega que los arroyos son sus espejos, es difícil no recordar el trágico y poético final del escritor chino Li Bai, que se ahogó borracho intentando abrazar el reflejo de la luna en el río Yangtsé.

Otra visión que tiene cierto calado en la actualidad es la del Cervantes protoliberal. El significado quijotesco de la palabra liberal, al menos tal como se usa en la obra, es el de ser generoso, lo que puede contradecir la acepción y las tesis contemporáneas sobre el asunto. No obstante, dentro del Quijote, en el cual hay mucha teoría económica, según algunos autores como Eric Clifford Graf relacionada principalmente con la coetánea Escuela -económica- de Salamanca; encontramos que el dinero tiene cierto protagonismo. Por poner un ejemplo de su importancia: el desapego a lo material del Quijote, frente a su alter ego Alfonso Quijano, es uno de los signos principales del delirio del hidalgo para sus allegados. En el caso de la pastora Marcela, sólo una alusión se hace a propósito del apartado económico y, sin embargo, pesa sobre ella una gran importancia. El enunciado dicta así:

Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme…

Marcela utiliza un argumento económico como recurso persuasivo. La pastora alega que es independiente económicamente y justo después lo relaciona con la libertad. No sabemos si estas riquezas son muchas o pocas y, a pesar de ello, entendemos perfectamente que su verdadera importancia es el poder librarla de codiciar riquezas ajenas o sujetarse en busca de sustento. De este modo, Cervantes nos relaciona la independencia económica con la libertad vital.

Don Quijote de La Mancha es una parodia de los libros de caballerías y estos, a su vez, toman recursos fundamentales del amor cortés. El amor cortés es un amor platónico, adultero, asimétrico e inconcluso. El amante ve a la dama como un inalcanzable al que sólo tiene acceso a través de los juegos y los dobles sentidos. Por ello, es un amor oscuro o frío, en términos de radiación, como describía McLuhan, es decir, se irradia poca información por parte de la dama que es completada por el amante, en este caso a través de la ilusión. El amor de Grisóstomo y Marcela es un amor anti-cortés, una gran parodia de las características que esperamos encontrar en el amor de los libros de caballerías.

La localización del amor cortés, nobiliaria por tradición, se traslada a los campos de la Mancha y a sus personajes humildes. Un pastor estudiante que trata de cortejar a una pastora independiente es una vuelta de tuerca al tópico del amor cortés que, de forma muy probable, llamaría la atención a los lectores, conocedores de toda la literatura caballeresca, y que produciría un efecto muy risible. De igual forma, el «mal de amores» que padece Grisostomo es exagerado hasta resultar enfermizo. Primero, por la canción/poema que compone para su amada. En ella, lejos de idealizar positivamente a su amada, como hacía el amor cortés, vuelca toda su irá en palabras groseras llenas de despecho. Un aspecto interesante de esta canción es la dedicación, en segunda persona, dirigiéndose directamente a la dama, con la que comienza a mostrar su desprecio. Recuerda a otro poema despectivo, esta vez más cercano en el tiempo, de Jaime Gil de Biedma escrito como autocrítica. Hablo, por supuesto, del conocido e imitado Contra Jaime Gil de Biedma. Ambos poemas, despechados y despectivos, comparten en sus primeros versos esa agresiva segunda persona. El segundo aspecto es el suicidio. El suicidio por amor no era propio del amor cortés, a pesar de que autores como Dante o Petrarca muriesen figuradamente de amor por Beatriz y Laura respectivamente. La muerte de amor más cercana de la literatura hispana pre-Quijote la encontramos en el suicidio de Melibea tras la muerte de Calisto y, sin embargo, la situación es completamente distinta a lo que encontramos en Grisóstomo. La muerte de Grisóstomo se relaciona más con el amor inalcanzable del joven Werther de Goethe. Ambas historias, pese a sus diferencias históricas, argumentales y estructurales; comparten el trágico final del amor llevado al extremo. No obstante, es en la figura de la dama donde Cervantes rompe el tópico del amor cortés sustancialmente.

Marcela es, como nos hace ver el escritor complutense, la mujer más bella de la zona, deseada por todos y a la vez, temida. Ella, lejos de sentirse halagada o compungida por la muerte del pastor, decide utilizar la razón para sobreponerse a la situación y, fríamente, se defiende de las acusaciones de los pastores sin sentir, según parece, ningún tipo de compasión por Grisóstomo. La distancia emocional que toma Marcela dota al personaje de una profundidad nueva. No es la dama superficial propia del amor cortés, sino una mujer con la suficiente inteligencia emocional como para manejar a la perfección la intensa situación en la que se encuentra. La distancia además proporciona al lector otra pista: quizás tampoco hubo juegos ni secretos propios del amor cortés. Al final resulta que, al igual que le pasa a Alfonso Quijano con los libros de caballerías, que acaba por hacerlos reales hasta sus últimas consecuencias; tal vez Grisóstomo leyó demasiados libros de amor cortés y comenzó a delirar con sus propias ilusiones. Desde luego, Cervantes parece jugar con esa idea al contarnos una historia incompleta a través de comentarios, especulaciones, ambigüedad y, luego, al final, los alegatos de los protagonistas, siendo éstos totalmente contrarios.

Por último, dentro del amor cortés la dama no tiene voz propia, escuchamos sus pensamientos y emociones a través del amante. Cervantes da voz a la dama -o a las damas- del amor cortés canalizando su hipotético discurso en Marcela. De este modo, el autor propone un nuevo punto de vista a toda la lírica del amor cortés y, más que eso, propone que la dama cortejada no corresponde ni espolea el amor de los poetas sino que son ellos los que se hacen sus propias ilusiones. Desde una perspectiva contemporánea, especialmente por nuestra concepción postromántica del poeta, el escenario que propone Cervantes no nos resulta ajeno ni chocante; sin embargo, para sus coetáneos, la historia de desamor de los pastores debió resultar una parodia totalmente exagerada e hilarante.

Cervantes tenía clara la intención no sólo de esta pequeña historia sino también de la historia del Quijote: parodiar, romper tópicos, producir risa y suscitar la autorcrítica. En el discurso de Marcela encontramos los temas principales de la historia del caballero de la triste figura; encontramos el amor, la locura , la libertad y la honestidad. También vemos la ruptura de los tópicos con pastores que hablan de su amor como letrados, a pesar de que sus paisanos, como subraya inteligentemente Cervantes, no paran de emplear vulgarismos. Se nos seduce en el discurso de Marcela con el valor de la libertad y de la honestidad. Y, aunque yo creo que con cierta ironía, se crítica la figura de la mujer en el amor cortés.

Este episodio, como tantos otros del Quijote, demuestra la capacidad cervantina de mezclar la parodia con un corpus ideológico y unos conocimientos literarios profundos y complejos. En él, en definitiva, se concentran muchos, casi todos, los rasgos que hacen de la obra de Cervantes la «primera» novela moderna: inter y metatextualidad, parodia, extensión de la forma y el género y un empleo magnífico de los puntos de vista.

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