La mirada de Juan Solo

Fotografía en detalle de la exposición Desde la Mirada de Juan Solo en Guadalajara

A comienzos del siglo XX, cuando aparentemente parecían agotados todos los caminos del arte, las vanguardias dieron un paso más en la ruptura con el realismo, el simbolismo e incluso consigo mismas. En rebeldía contra toda convención burguesa, el dadaísmo puso en cuestión el propio fetichismo de la obra de arte: su poesía ordenaba palabras sin sentido y su pintura se realizaba con objetos de desecho encontrados en la basura. La escultura incluyó elementos cotidianos a los que se dio categoría de obra artística. Todo acto cultural era una provocación. El canon no fue cuestionado, directamente fue puesto patas arriba.

Marcel Duchamp, quizá el artista más sobresaliente de aquella época, comenzó a presentar objetos cotidianos, como una rueda de bicicleta sobre un taburete (1913), una pala de nieve colgada de un hilo del techo (1915) o un urinario invertido (1917), dando lugar a una discusión, que llega hasta nuestros días, sobre cómo definir aquello. Para Duchamp, el arte resultaba de la voluntad del individuo, que no requería de mayor formación. Cualquier objeto, aunque no hubiera sido concebido de modo estético, se podía convertir en obra de arte al ser interpretado de tal forma, al ser dotado de una identidad artística. Un mingitorio boca abajo expuesto en una sala confronta al espectador, le interpela y obliga a la búsqueda de un significado, a su posicionamiento conceptual. Los objetos cotidianos, los objetos encontrados (los ready-mades), iniciaron una larga senda que condicionaría la propia historia del arte contemporáneo. Quedaba mucho hasta llegar a Jeff Koons, pero la semilla ya estaba puesta.

Continuando su camino, los surrealistas organizarían desde los años treinta exposiciones centradas en los objetos. Dalí participó en algunas de ellas, presentando bandejas con diferentes elementos, e incluso crearía, a modo de collage, un apartamento que representaba el retrato de la actriz Mae West en el que un sofá eran sus labios, una chimenea su nariz y dos cuadros de París sus ojos (que en los años 70, con la ayuda de Oscar Tusquets, reprodujo como instalación en su museo de Figueras). En los años cuarenta, Picasso encontró un manillar y un sillín de bicicleta y con ellos compuso la cabeza de un toro, creando así una nueva manera de hacer esculturas: yendo más allá de la simple exposición de los objetos resignificados, dándoles una vida distinta de aquella para la que fueron creados y a la vez elaborando poemas visuales a través de la mirada. Una cabra, una niña saltando a la comba, una calavera… esculturas conformadas por materiales de desecho (hierros, trozos de madera, botes de lata, pedazos de jarrones, hojas de palmera…) con los que tropezó en el basurero de Vallauris. Ambos artistas, junto a otros, pusieron las bases de todo lo que vendría después, desde las instalaciones hasta el arte pop.

Reflexionando con estas ideas y enlazando con ellos a través del hilo conductor que han mantenido vivo otros muchos artistas, sobre todo del mundo de la fotografía, como Chema Madoz y sus epígonos (Jordi Larroch, Carles Canals, Óscar Valido…), pero también de la escultura como Ángel Ferrant o Joan Brossa y, sobre todo, del objeto encontrado -con Antonio Pérez al frente-, Juan Solo ha presentado esta exposición (Desde otra mirada, de Juan Solo, intermitentemente del 29 de marzo al 29 de mayo de 2021, en la Sala Antonio Pérez del Centro San José, de 19 a 21 h.) en la que muestra su particular mirada sobre las cosas, su manera de entender el arte y de descubrir la belleza allí donde nadie sospecharía que puede encontrarse, desde unas latas de aceite para motor a unos restos de escombros. Si Ángel Ferrant en los años cuarenta descubrió esculturas intactas, como él las denominaba, objetos encontrados en la playa gallega de Fiobre (raíces, caracolas, palos…), elementos insignificantes y apenas manipulados, Madoz subvirtió lo natural décadas después para darle otro significado. A partir de ello, Juan Solo profundiza en ambas perspectivas, lo encontrado y lo reinterpretado, para hallar su propio camino.

Fotografía de la exposición Desde la Mirada de Juan Solo en Guadalajara

Tras sus dos proyectos anteriores, la exposición fotográfica “Naturaleza obstinada” (2015), en la que la protagonista era una naturaleza que se imponía sobreviviendo en los ambientes más hostiles y en los lugares más inverosímiles, y la performance/intervención “Besos en Guada” (2019), una interacción con las redes sociales en la ciudad aprovechando la celebración del Día Internacional del Beso, Juan Solo ha dado un nuevo giro a su vocación artística llevando su propuesta al terreno de la discusión sobre qué es el arte y cómo depende de la mirada. Siguiendo la estela del mencionado Antonio Pérez, se recrea en el objeto encontrado, en la naturaleza -viva o muerta- que puede ser resignificada y en la relectura, a medio camino de la conversación y el homenaje, de algunos clásicos del arte (José de Creeft, Picasso, Van Gogh, Dalí, Mariscal, Chirino, Botero, Klimt, Chillida…). Sus hallazgos conforman greguerías en forma de objeto, uniendo a su particular mirada un fino sentido del humor que juega con la ironía y la sorpresa y se plasma en los títulos de sus obras (“Distancia social”, “Los cardos de Van Gogh”, “Brexit”, “Átame”, “¡La bola entró!”, “Sapo y Sepo”…). Sus composiciones descubren una mirada que presenta a los demás para que también la veamos, haciendo poesía de objetos que en otro contexto no serían sino basura llamada al abandono. Metáforas visuales que derivan de una poesía material sólo al alcance de los iniciados en el saber ver.

La obra de Juan Solo recuerda -al menos a quien esto escribe- a otros muchos proyectos desarrollados en nuestra tierra por artistas que se salen de la ortodoxia artística, con los que de alguna forma enlaza. Aunque él liga este proyecto, como aventajado discípulo, al maestro Antonio Pérez, es inevitable no vincularlo, aunque sólo sea como propuesta de realización artística personal, a otros como el Museo de las Perdices o el Museo de Máximo Rojo, ambos en Alcolea del Pinar, a la red de cuevas y galerías de Cívica (Brihuega), pasando por el Museo de Arte Escultórico con Materiales Reciclados, en Valdesaz, la Ruta de las Estatuas, en Condemios de Arriba, el museo al aire libre de Archilla, o la desaparecida taberna de Martín, en Valdenoches, entre otras muchas manifestaciones de arte espontáneo provincial.

La publicación del libro España fantástica. Escultecturas margivagantes (Siruela, 2006), que incluye al Museo de las Perdices creado por Antonio García Perdices, sacó a la luz infinidad de artistas de este tipo, espontáneos que desarrollaron sus proyectos y ejecutaron obras siguiendo únicamente su pulsión creativa, al margen de los canales oficiales de la cultura, llamados por una pasión que les emparenta con otras formas de mirar y de sentir poniéndose al servicio de la fantasía, sirviéndose del reciclaje (importante y sostenible forma de ver el mundo) y emparentando con corrientes que van desde el surrealismo al pop art. “Escultecturas” como suma de escultura y arquitectura, y “margivagantes” como suma de marginal y extravagante, con antecedentes dentro del canon, como los de Dalí, César Manrique o incluso el propio Gaudí. Desde la catedral de Justo Gallego, en Mejorada del Campo, al Capricho Rillano levantado por Juan Antonio Martínez Moreno en Rillo de Gallo, una casa inspirada en la obra de Gaudí, o las Caras de Buendía, esculturas talladas en la roca arenisca cercana al pantano y esculpidas durante años por Eulogio Reguillo y Jorge J. Maldonado, todos estos artistas “amateurs” han impuesto su mirada dedicando en ocasiones toda su vida a ella. Sobre uno de ellos, un modesto cartero francés que tras tropezar con una piedra decide levantar un palacio con otras muchas piedras, trata la película de Nils Tavernier L’incroyable histoire du facteur Cheval (2019), que entre nosotros ha sido traducida como El palacio ideal, iniciativa que recibe decenas de miles de visitas al año y acerca el arte a un público mucho más amplio que el que visita exposiciones y museos. Decía Cela que “Cívica semeja una aldea tibetana o el decorado de una ópera de Wagner” y algo así siente, la intuición de la obra de arte, quien se acerca a esta obra o a cualquier otra de las mencionadas.

Pero también recuerda la obra de Juan Solo a iniciativas como los Hitos del Rodenal en Villarejo de Medina, Ablanque y Luzón, desarrollados por la Fundación Concha Márquez, que sembraron de arte moderno de calidad diferentes zonas del pinar afectado por el fatídico fuego de 2005, o la obra de Pedro José Pradillo, quien siguiendo la estela dadaísta lleva años planteando sus proyectos en forma de estuches de cartón o cajas de madera que reúnen objetos cotidianos alejados de su contexto y tamizados por la fina ironía del artista, quien reflexiona a la vez sobre la esencia del arte y el papel de la filosofía. Pradillo elabora piezas partiendo de cosas despreciadas; Juan Solo las muestra tal cual, en un estado previo.

Conocido sobre todo por su actividad periodística radiofónica, tiene el honor de poder presumir de ser profeta en su tierra, no hay más que recordar la movilización ciudadana en su apoyo de hace unos años o su merecido papel de pregonero en 2015. El éxito de esta exposición, con cambios de fechas una y otra vez debidas a la situación sanitaria, da fe de ello. Su propuesta, tras una pandemia en la que todos nos hemos visto obligados a mirar las cosas de otra forma, algunos temerosamente, otros más profundamente, invita a ver el mundo de otra manera, con otra mirada. En un medio artístico en el que los coleccionistas invierten en obras de arte como si fueran activos en bolsa, la propuesta de Juan Solo, basada en el reciclaje, en rescatar lo abandonado, nos lleva a una interpretación del arte que no puja en el mercado, donde su valor no está determinado por su precio. Al igual que Han Solo, su inquieto y aventurero alter ego, Juan valora la independencia en la creación. No hay ninguna pretensión especuladora, ni tan siquiera la artística. No busca el reconocimiento de “los artistas”, su modestia lo hace evidente. No hay pretensión alguna de figurar, tan sólo una necesidad de dialogar, de crecer, de ampliar y compartir la mirada. Miremos a nuestro alrededor de otra forma. Hagámosle caso.

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