Malcolm & Marie: El arte de ser valiente

No sé si es porque llevo dos días inmersa en el positivismo jurídico, pero ayer vi Malcom & Marie y no me la he podido quitar de la cabeza, tanto es así, que he tenido que he tenido que cerrar mis manuales de Derecho y revisionar la película, porque no dejo de pensar en ellos.

«Si no cuentas tu propia verdad, no puedes contar la de los demás» – Virginia Woolf

Malcom & Marie es una película escrita y dirigida por Sam Levinson, protagonizada por los actores Zendaya y John David Washington y estrenada en Netflix. Sam Levinson y Zendaya empezaron a trabajar juntos en la serie de HBO Euphoria. Debido a que el rodaje de la segunda temporada se vio paralizado por la crisis sanitaria, la actriz le pidió a Levinson que escribiera la película, que se rodó en una casa privada y es la primera producción cinematográfica terminada en plena pandemia.

Malcom & Marie está filmada en 35 mm y en blanco y negro, con jazz como banda sonora y una fotografía que hacía tiempo que no veía. Tiene todos los elementos para ser un experimento pretencioso de un director aburrido en plena pandemia. Pero no lo es. Se salva de ese halo de superioridad por la autenticidad que emana de sus poros.

Esta no es una crítica de cine al uso, hay ciertos spoilers fuera de contexto, pero no me voy a dedicar tanto a hablar de la película, sino de lo que sucede en su cosmos. Cierto es que, si no te atrapa desde el principio, creo que es muy difícil conectar en el resto del metraje, pero también es cierto que desde el momento en el que aparecen dos faros borrosos acercándose a la cámara, yo ya estaba dentrísimo. Por eso, esta es una de esas películas que depende del momento, más que de ella misma.

Los personajes irrumpen con fuerza, cada uno en su plano y no la abandonan hasta que ellos mismos se rinden. Es brutal el hecho de que se pueda retratar con tantísima autenticidad lo que sucede en una pareja cuando ya no se puede más, cuando llegas a un punto en el que el retorno parece difícil. Esa sensación constante de estar esperando un final que nunca llega, retrata ese momento en el que tienes que pronunciar un «oye, ¿estamos bien?». Sólo que ellos se lo gritan.

Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención es el uso de los espacios de la casa: cuando salen al jardín es para gritarse, pero sin hacerse mucho daño; sin embargo, en los espacios más íntimos como el baño, o la cama, es dónde de verdad se hieren el uno al otro. Todos nos hemos enfadado y todos hemos dicho cosas que no queríamos, aun pisando levemente el freno. Ellos no sólo no pisan el freno, sino que aceleran hasta abrir heridas profundas. Aún sin tener todo el background de su historia, sabes que el daño es irreparable. Es en el baño y en la cama dónde se dicen las verdades que más les duelen y de las que ambos huyen, aunque parece que siempre les acaben alcanzado. La capacidad que tienen ambos de usar las palabras como balas de plata choca con la más absoluta desidia a la hora de comunicarse. Creo que es uno de los aciertos, estamos acostumbrados a gritar al vacío sin que nos importe lo más mínimo quién va a sufrir nuestra onda expansiva.

Es casi como si estuvieran condenados el uno a otro, son dos personas que se quieren sin saber y sin elección. Digo que están condenados porque Marie es incapaz de aceptar el amor que Malcom le ofrece, ya no tanto por la dependencia, sino porque ella está convencida de que no es posible que alguien la quiera sin esperar nada a cambio.

La segunda cosa que no me quito de la cabeza es que la discusión es prácticamente un personaje más, evoluciona hasta que Marie tiene la entereza y la valentía de hacer el reproche que llevaba latiendo debajo de la baldosa desde el principio de la misma. Malcom cuenta la historia de ambos, pero apropiándose de la parte de ella, es prácticamente una traición a su pasado y a cómo ambos proyectaron el futuro, o así lo veo yo. Cierto es que él cumple a la perfección su papel de cineasta ególatra que cree poseer la verdad y la esencia del arte en la yema de sus dedos. En una parte de la discusión, sale a relucir cómo él sí ha sabido sacar rédito artístico de la tragedia que ambos vivieron, quitándole a Marie la oportunidad de hacerlo.

Hay que tener mucha valentía para transformar tus dolores en arte, y aquí vuelvo a la autenticidad. Algunas películas tienen la capacidad de doler de verdad, por lo que sea, pero que te pegan un meneo. Películas que hacen daño porque el dolor que cuentan, que transmiten, a veces es el de una misma. Otras veces, sin embargo, es completamente ajeno, pero también representa la constatación de que hay otros dolores, quizás más terribles y temibles, que los que sufrimos. Vemos en Malcom y Marie un dolor real y profundo, que puede ser tuyo o no pero que, si estás dentro de la película, duele.

Muchas veces los artistas intentan contar ese dolor, pero lo disfrazan con metáforas, personajes imposibles e historias para no dormir. La valentía es otra de esas cuestiones peliagudas, no sé hasta qué punto es justo ser valiente para contar el dolor de otros; pero no para enfrentar el nuestro propio. Tampoco sé si la justicia tiene sentido en el dolor o si se puede ser valiente sin ser justo. Lo que sí sé es que hay que tener mucha valentía para mirar de frente al dolor y admitirlo sin tapujos, procesarlo y plasmarlo en una película, un libro, una canción. Lo que sea. Y eso no suele pasar, siempre nos escondemos en el reflejo del mismo para no enfrentarnos a una realidad que nos duele. Y quizás ese sea el único remedio, acunarlo hasta que deje de doler, y con suerte, poder sacar algo bello.

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