Conceptos clave de la Industria Cultural (I): ¿Qué es la Industria Cultural?

En 1947, los filósofos Theodor Adorno y Max Horkheimer publicaron su famoso libro Dialéctica de la Ilustración, en el cual se encuentra su ensayo “La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas”, con el que vamos a iniciar esta serie sobre la Industria Cultural.

Antes de la Ilustración, el miedo que el hombre sentía por el cosmos era apaciguado por la mímesis y la mitificación. La mímesis, como proceso de imitación de la Naturaleza, conseguía que la humanidad se sintiese parte del cosmos a través de distintos actos de comunión: los rituales, el baile, la música, etc. La mitificación rebajaba la incertidumbre al dar respuestas a las inquietudes espirituales y físicas (physis) a través de la creación de mitos: dioses, leyendas, génesis y escatologías. Así fue hasta que la llegada de la Ilustración, como consecuencia del Renacimiento, desechó estos planteamientos y los cambió por la Razón: el pensamiento y la ciencia como formas de aproximación a la Naturaleza. La Ilustración, desde la perspectiva kantiana, defendía que el hombre sólo sería libre -y aquí se incluye la pérdida del miedo- si hacía uso de su Razón, alejándose al mismo tiempo de ideologías (las razones de otros) y mitologías. Sobre el miedo, Adorno y Horkheimer decían: “el hombre cree estar libre del terror cuando ya no existe nada desconocido. […] Nada absolutamente debe existir fuera, pues la sola idea del exterior es la genuina fuente del miedo. […] La ilustración es el terror mítico hecho radical”, radical porque se encuentra directamente en la raíz.

Con la Ilustración, la humanidad tenía más control de la Naturaleza, pero, y aquí entra la crítica de Adorno y Horkheimer, eso derivaba en que, siendo el hombre parte de la Naturaleza, también tenía un mayor control sobre la humanidad. Mientras el pensamiento mítico era animista: dotaba a cada ser del cosmos de un espíritu diferenciador; el pensamiento ilustrado -la Razón instrumental– reducía todo a una serie de leyes matemáticas, que era la esencia unificadora del cosmos. Para los filósofos de la Escuela de Frankfurt, ese planteamiento cartesiano, determinista y mecanicista era la semilla del Capital, es decir, que nuestras relaciones humanas se reducían a relaciones productivas, comerciales y económicas. La abstracción matemática, como esencia unificadora, convirtió todo producto humano en mercancía, lo que incluye el trabajo y al propio ser humano.

La cultura, como constructo humano, también caería en las dinámicas del mercado. Si la luz, desde Platón a la Ilustración, se utilizaba como símbolo de conocimiento -y éste de libertad-, la dialéctica de la Ilustración planteaba que la razón había derivado en una nueva forma de mitificación/mistificación, sumergiéndonos de nuevo en la oscuridad de la caverna de Platón. La caverna de Platón se fundamentaba en que el Ser Humano era incapaz de acceder a Lo Real, al mundo de las ideas, y que sólo tenía acceso a la Realidad, el mundo que le proporcionaban los sentidos. Desde el punto de vista de la crítica a la Ilustración, el Ser Humano seguía siendo incapaz de acceder a Lo Real, pero ahora habíamos dejado de lado los sentidos para convertir nuestra realidad en una serie de reglas y mecanismos. Los medios habían sustituido al fin. En el caso de la cultura, ésta se habría convertido en una industria en la que primaban los medios y en la que el fin era un medio para otro fin: el económico. Eso es la Industria Cultural: la mecanización y serialización de la cultura, la conversión de los objetos culturales en mercancías -llamadas producto cultural- y todas las consecuencias que ello implica.

En “La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas”, los filósofos de la Escuela de Frankfurt analizaban una serie de productos culturales: el cine, la canción popular, etcétera. Se dieron cuenta de que los productos culturales estaban hechos con unas reglas determinadas -pongamos por caso la radiofórmula o la narrativa de Hollywood-, desde entornos industrializados y alienantes a la manera fordiana -especialización de trabajo, cadena de montaje, etc.- y que de ellos emergía un trasfondo ideológico. Todo ello derivaba en que la Razón instrumental que había tras los productos culturales generase discursos en los que el consumidor de cultura no hacía una práctica activa de su libertad. Los productos, en tanto que estaban encorsetados por la industria, no requerían del consumidor ningún tipo de interpretación, emoción o participación, pues en ellos no había ningún fin. Ahora bien, si no había ningún fin, entonces era el propio medio el mensaje que el consumidor recibía. Recibía, entonces: estandarización, acriticismo y conservadurismo, que son los medios que tiene la Industria Cultural para producir.

La Industria Cultural es una industria de alto riesgo económico debido a que sus productos no tienen una demanda determinada y su valor es puramente simbólico. Por tanto, la estandarización, es decir, la creación de productos similares, minimiza los riesgos al reducir los costes de producción y de marketing. Del mismo modo, es una industria conservadora, pues sus productos se crean a imagen y semejanza de lo que haya funcionado en el pasado. Y, por último, es acrítica, pues su objetivo es venderse al mayor número de gente posible y el propio hecho de introducir una opinión que no sea hegemónica podría resultar en un fracaso económico. Todo ello llevó a Adorno y Horkheimer a llamar a la cultura generada por la Industria Cultural: Cultura de Masas. La masa es homogénea -estandarizada-, espesa y difícilmente maleable -conservadora- y sus componentes no saben que forman parte de ella -acrítica-. El verdadero problema es que tras todo producto cultural generado por la Industria Cultural, hay un trasfondo ideológico que el consumidor ni infiere ni es capaz de interpretar, por lo que se queda en su interior sin ningún tipo de oposición. El peligro es que un producto cultural no es sólo una canción de la radio o una obra de teatro, también es la comida que consumimos, el lenguaje que hablamos o el urbanismo de nuestra ciudad. Todo ello forma parte de una Industria Cultural que expone, sin nosotros darnos cuenta, una visión del statu quo y de la realidad. En sus Mitologías, Roland Barthes lo denominaba “ideología anónima” y lo exponía del siguiente modo:

Toda Francia está anegada en esta ideología anónima: nuestra prensa, nuestro cine, nuestro teatro, nuestra literatura de gran tiraje, nuestros ceremoniales, nuestra justicia, nuestra diplomacia, nuestras conversaciones, la temperatura que hace, el crimen que se juzga, el casamiento que nos conmueve, la cocina que se sueña tener, la ropa que se lleva, todo, en nuestra vida cotidiana, es tributario de la representación que la burguesía se hace y nos hace de las relaciones del hombre y del mundo.

De la misma manera, y debido a que la ideología anónima está arraigada en nuestro pensamiento y nuestra sociedad, es sumamente complicado salirse de las dinámicas de la Industria Cultural. En consecuencia, la apropiación, la cooptación, la domesticación y otros tipos de fenómenos de canibalismo cultural son habituales -o, incluso, necesarios- dentro de la industria, algo que de lo que hablaremos en próximos artículos.

A modo de fin de fiesta, y como preparación para la siguiente parte de esta serie, termino con la que considero la mejor definición que se ha dado de la Industria Cultural, de Nuria Yablowski y Esteban Diapola en su libro En tu ardor y tu frío. Arte y política en Theodor Adorno y Gilles Deleuze:

‘Industria cultural. La ineludible apropiación. Ideología totalitaria que todo lo atrapa y mercantiliza, haciendo que se diluya en el puro orden del consumo. La producción en serie de la cultura, de eso se trata; no la cultura de masas y sus connotaciones, podríamos decir, de carácter populista, sino, más propiamente, la construcción de todo un entramado de producción cultural y artística que masifica al objeto estético »lanzándolo» sobre las leyes del mercado y probando una oferta sin ser todavía demanda.

 

Conceptos clave de la Industria Cultural:

  1. ¿Qué es la Industria Cultural?
  2. El Producto Cultural
  3. El Infoproducto Cultural
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