La poesía en Guadalajara: Poetas y poesía en la Alcarria

Fotografía de Suárez de Puga recitando en Versos A Medio Noche en el Palacio del Infantado de Guadalajara

Como les ocurriera a todos los géneros literarios, la poesía fue devastada por la enorme catástrofe que supuso la guerra civil. Algunos de los poetas más destacados murieron como consecuencia del conflicto: Federico García Lorca ejecutado por una saca falangista, Miguel de Unamuno fallecido mientras estaba bajo arresto domiciliario tras renegar del régimen golpista al que había apoyado en sus inicios («estúpido régimen de terror en el que impera el maridaje de la mentalidad de cuartel con la de sacristía”), Antonio Machado muerto en el exilio de Colliure, Miguel Hernández fallecido en el horror de una cárcel franquista como preso político… Imposible calcular la pérdida de versos y libros jamás escritos.

Otros autores escaparon a la muerte viéndose obligados al exilio, al doloroso destierro y el alejamiento: Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Luis Cernuda, Rafael Alberti… Todos ellos, de no haber tenido que marchar, hubieran escrito y publicado en España, llenado salones en sus recitales, dinamizado la vida cultural y, posiblemente, en algún momento hubieran sido nombrados académicos por la RAE. Aunque allí donde estuvieron recibieron honores y premios, se vieron hurtados, salvo los más longevos, de poder regresar a sus raíces. Cuesta imaginar lo que su presencia nos hubiera enriquecido.

Los que quedaron aquí se vieron voluntariamente encuadrados en una horma de poesía conservadora, escurialense, de aroma garcilasista, ardorosa y formal (los Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, José García Nieto…), o sometidos a la adaptación al medio y la autocontención prudente (los Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre…).

No hubo lugar donde no se reprodujera el modelo. En Guadalajara, José Herrera Petere (Guadalajara, 1909) emprendió el camino del exilio en México y Suiza. Miguel Alonso Calvo (Humanes, 1913) escondió su nombre bajo el de Ramón de Garciasol para evitar las represalias de la posguerra ante los problemas que sus publicaciones anteriores le pudieran causar. Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, 1916), dramaturgo, que no poeta, mas sirva de ejemplo, se adaptó al exilio interior, a la búsqueda de la crítica simbólica y soterrada, a la supervivencia intelectual en el páramo cultural de la dictadura.

Las siguientes generaciones, superada la fase imperial, pasaron del existencialismo a la poesía social, de la forma clásica al verso libre, de la cerrazón externa a la apertura interior, y poco a poco los Blas de Otero, Gabriel Celaya o José Hierro consiguieron recuperar parte de lo perdido. La generación de los 50, con Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Antonio Gamoneda, Gloria Fuertes o José Ángel Valente, entre otros muchos, sentó las bases de una poesía de la experiencia, más centrada en lo cotidiano, y abrió las puertas a las vanguardias y a buena parte de la poesía de las décadas siguientes.

La poesía alcarreña de posguerra encajó en aquellos dos moldes: el del conservadurismo formal ajustado ideológicamente al régimen (los fieles) o el de la adaptación inevitable a la realidad, que era la que era, si se pretendía sobrevivir culturalmente (los adaptados). En el primer grupo destacan José María Alonso Gamo y José Antonio Ochaíta, aunque también puede incorporarse, un escalón literario por debajo, a Jesús García Perdices o Francisco Vaquerizo Moreno, entre otros. Todos ellos compartieron una poesía ornamental de reminiscencias imperiales, donceliana, de fervoroso paisajismo localista, costumbrista unas veces, castiza otras, impregnada de religiosidad, devoción mariana y apego al terruño. De declinante entusiasmo nacionalcatólico los dos primeros autores, constante en los dos segundos, con el tiempo evolucionaron hacia formas más abiertas en todos los sentidos, no sólo las poéticas.

Entre los adaptados destacan José Antonio Suárez de Puga, pionero de las vanguardias en Guadalajara (el postismo en 1952), aunque bajo formas clásicas, y dinamizador cultural -junto con otros- a través de la creación de asociaciones poéticas (La Voz del Novel), la organización de actos públicos (Versos a Medianoche) o la edición de revistas (Doña Endrina, 1951; y Trilce, 1961), y Pedro Lahorascala, también promotor de grupos literarios (Enjambre). La distinción entre estos dos grupos, los fieles y los adaptados, no quiere decir que fueran compartimentos estancos ni que no estuvieran mezclados unos y otros en las actividades que desarrollaron, pues todos pertenecían a la pequeña élite intelectual conformada en la capital a partir de la década de los 50 y, sobre todo, en los 60.

Llegados los años 70, irrumpe una nueva generación llena de inquietudes, una generación que entronca con la anterior pero quiere romper con la dictadura y se ilusiona y protagoniza la transición política. Bajo el nombre de Grupo Literario Enjambre, un grupo de jóvenes poetas, bajo el magisterio de Lahorascala, promueven la poesía, publican libros, celebran tertulias y organizan conferencias y recitales poéticos por toda la provincia con el mecenazgo añejo de la Diputación del momento y el novísimo apoyo, tras la llegada de las corporaciones democráticas en 1979, del Ayuntamiento, que publica algunos de sus libros. De entre todos ellos destacan Francisco García Marquina, quizá el de mayor recorrido poético y continuidad en el tiempo, y Fernando Borlán, el último en incorporarse al grupo, de obra breve pero intensa, cuya labor activista poética dejará huella en sus alumnos del instituto Brianda de Mendoza, así como Alfredo Villaverde, Jesús Ángel Martín, Mª Antonia Velasco, Chani Pérez Henares y Antonio Cerrada, entre otros. A estos, desde ese momento, a partir de los años ochenta, se añaden voces propias, como las de Carmina Casala, Julie Sopetrán o Jesús Aparicio González, que han desarrollado su propia voz literaria desde entonces, o propuestas cuando menos originales como las de Florencio Expósito o Juan Pablo Mañueco.

Desde los años noventa, hasta llegar a nuestros días, la poesía, como el resto de la cultura, se ha desarrollado en una doble dimensión: la de la promoción de las instituciones públicas (con sus premios y publicaciones propias) o la de las actividades de una sociedad civil local que en Guadalajara tiene una vida cultural mucho más activa y movilizada de la que, por sus reducidas dimensiones, le corresponde. Los premios provinciales José Antonio Ochaíta, Río Ungría y Río Henares, de la Diputación, así como los intermitentes premios del Ayuntamiento, y las respectivas publicaciones de libros de poesía por ambas instituciones, forman parte de la promoción pública de la poesía. Las actividades desarrolladas por grupos más o menos formales (MAPA de Poesías, Arriversos, Seminario de Literatura Infantil y Juvenil, Grupo El Observatorio, Taller de Poesía Fernando Borlán, Diversos, Dáteme Poema, Coro Poético y Peripatético…), con tertulias, festivales, recitales, talleres, animación callejera, celebración del día internacional de la poesía y otras muchas actividades, con o sin apoyo público, se inscriben en el ámbito de la sociedad civil. Entre ambas, algunas instituciones educativas y culturales han mediado en la promoción de la poesía (la Biblioteca Pública del Estado y las bibliotecas municipales, la UNED, los institutos de enseñanzas medias, el Museo Provincial, el Archivo Histórico Provincial, el Museo Francisco Sobrino…), sin olvidar el apoyo de la hostelería comprometida con la cultura. En definitiva, un panorama encorsetado en cuanto al apoyo público directo, más abierto en la participación de determinadas instituciones y rico, aunque con limitaciones y sometido al voluntarismo de sus protagonistas, en lo que al fomento popular se refiere.

Dos cuestiones habría que destacar en el momento actual. Por un lado, la feminización de la poesía y, por otro, las nuevas oportunidades de difusión que la tecnología y las redes sociales han traído consigo. En cuanto a la primera, las voces de mujer se han incrementado exponencialmente desde el inicio del siglo: a algunas de las ya señaladas y a otras de larga trayectoria (como Carmen Bris, Mª Ángeles Novella…) se han unido nombres como los de Paloma Corrales, Gracia Iglesias, Mamen Solanas, Estrella Ortiz, Marta Marco Alario, Sandra Cebrián, Carmen Niño, Sara Sanz Peña, Mar García Lozano, Lola Sanz Murillo, Mª José Olivares y Amparo López Pascual. Todas ellas sobresalen no por su cantidad como conjunto sino por su calidad individual. Voces propias, con raíces y motivaciones distintas, empoderadas, que han construido y construyen su trayectoria poética en libros individuales y colectivos, recitales, performances poéticas y actividades literarias. También ganando premios, como se ha hecho toda la vida. Y no sólo se han multiplicado las autoras, también, sobre todo, las lectoras (como en el resto de ámbitos literarios), contribuyendo a esa feminización señalada.

La segunda cuestión que destacar es el enorme potencial que las nuevas tecnologías han puesto en manos de los poetas locales, permitiendo hacer visibles obras que antes sólo conseguían notoriedad a través del favor institucional. La autoedición de libros o la divulgación en las redes está a la orden del día y, en contra de lo que pudiera parecer, ha permitido una mejor decantación de la poesía de calidad, consecuencia de la democratización del canon, que ya no queda exclusivamente en manos de quienes permitían el acceso a la imprenta. Hay un riesgo de exceso de ruido, a nadie se le escapa, pero la poesía sigue siendo una actividad minoritaria y cada cual tiene derecho a expresarse como le plazca. El tiempo pondrá a cada uno en su lugar.

Parafraseando en sentido contrario a Gil de Biedma, la historia de la poesía alcarreña no es una historia triste porque, aunque empezó siéndolo, no termina mal. Hay una masa crítica de poetas, hay un tejido asociativo e institucional que apoya y difunde, y sobre todo hay lectores. No tiene el seguimiento ni el sostén que puedan tener otras actividades como el deporte profesional, pero tampoco se aspira -de momento- a eso. Queda, no obstante, mucho por hacer. Sigue siendo increíble que una autora de Guadalajara como Amparo López Pascual ganara en 2019 uno de los premios más importantes de la poesía española, el Blas de Otero, que fue publicado el año pasado (Ahora soy un pájaro, ed. Devenir), y que este hecho aquí pasara totalmente desapercibido. Hace falta promoción editora, hace falta reconocimiento y hace falta apoyo en los medios de comunicación. Si queremos una sociedad mejor, más igualitaria y alejada de la barbarie (parte de ella financiada con dinero público), nada mejor que promover la cultura, la palabra y la belleza; nada mejor que apostar por la poesía.

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