Reseña literaria: Los perros de Tánger (Isaak Begoña)

Aunque en Dáteme Cultura somos amantes de lo clásico y tradicional cuando hablamos de poesía en Guadalajara, tal y como habréis podido ver en nuestros escarceos lorquianos al teatro, a veces nos deleitamos en gustos personales y dejamos fe de ello en forma de reseñas literarias. En mi caso, comienzo este artículo con una pregunta: ¿cuál creen que podría ser el Edén para una traductora-poeta? ¿En qué tipo de paradis se encontraría ella más frenética y a la vez más en paz? ¿Qué nombre podría tener su Yannah (جنّة )? La respuesta es más sencilla de lo que parece: tiene nombre y apellidos, una encuadernación deliciosa y viene publicada por una editorial que hace referencia a un idioma inventado que debería gozar de más fama que el propio esperanto. Sí, estoy hablando de la edición trilingüe del libro de poesía Los perros de Tánger, de Isaak Begoña, publicado por la editorial Volapük Ediciones en mayo de 2020.

Llevaba mucho tiempo con este poemario en mis manos y puedo decir que he saboreado todas y cada una de sus lecturas tanto que me cuesta detallar mis impresiones; algo tiene esta obra inefable que, de la misma forma que la ciudad que incluye en su título y a la que intenta aludir constantemente, yo no puedo resumirla sin sumergirme en sus versos.

Podríamos decir que su autor, de alguna forma, se saca los ojos y nos permite mirar con ellos a través de la mirilla de sus recuerdos, pero nos quedaríamos cortos. No solo se saca los ojos, sino que se arranca boca, nariz, orejas y manos para, de alguna forma, hacer visible su estrecha relación con la ciudad, Tánger, que no es sino un umbral entre dos mundos y con su propia identidad, a medio camino entre lo que fue y lo que es y atravesada tangencialmente por tres lenguas a cual más maravillosas. Y es precisamente en estos dos conceptos en los que veo la necesidad de deleitarme un poco.

Los perros de Tánger nos habla de esta ciudad como un lugar-frontera, una “milhoja empalagosa imposible de engullir en un solo bocado” y se atreve a afirmar incluso que no existe, no existe pero sin embargo es. De la misma forma que una matrioshka puede incluir en su vientre miles de réplicas, este umbral tiene dentro de sí mismo tantas otras fronteras que uno, curioso, disfruta encontrándolas reflejadas en sus poemas. Por eso, tenemos en el puerto de Tánger a una palmera soñadora que no sabe si es faro o minarete, o ni lo uno ni lo otro; o una pastora que mira las nubes sin saber ya si se mueve ella o la península; o un navegante múltiple llamado Nadie que atraviesa o transita otro umbral en sí mismo, el Estrecho de Gibraltar.

Además, a través de los sabores, texturas y fantasmas, Isaak nos describe de manera poética su heimat: los matices geográficos, lingüísticos y culturales que componen su identidad y que rebosan por las estanterías de la “alacena de sus recuerdos”, de esa herencia que carga sobre sus hombros y que está unida por “un puente ruinoso” donde él “espera en la otra orilla” sin decirnos, muy hábilmente, a qué orilla está haciendo referencia. Y es que nuestra identidad cambiará, se transformará igual que los edificios en pie o en ruinas que nos vieron crecer, pero siempre se sustentará en unas pinceladas dulces o con sabor a cous cous que determinarán cómo afrontamos la vida. Y los poetas, incansables, solo podemos intentar por todos los medios atraparlas, ponerlas frente al espejo de la poesía y esperar que llegue algún destello al otro lado.

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